Colgarse por instinto

Todos nacemos con el instinto de colgarnos.

Un bebé hereda de nuestros antepasados, entre otros, el reflejo de prensión, una respuesta inconsciente al tacto en la mano que consiste en cerrarla y apretar, que se explica por la necesidad del recién nacido de agarrarse al pelo corporal de la madre durante la marcha, y que con el tiempo sirve de base para desarrollar la capacidad de sujetar objetos y trepar.

La expertología convencional apunta que estos reflejos son inútiles en nuestra vida cotidiana y, obviamente, vestigios que al no usarlos terminamos por perder.

Sin embargo, unos pocos expertos, "desviados", como Katy Bowman, autora del libro "Mueve tu ADN", han observado que los niños que conservan estos reflejos gracias a la no interrupción de su estímulo se desarrollan mejor, tanto desde un punto de vista psicomotriz como cognitivo.

Es más, la propia Dra. Bowman señala que "la práctica de colgarse y braquiar afecta a la motricidad de todo nuestro cuerpo, desde las manos hasta los pies, así como a la mecánica respiratoria y la estabilidad del suelo pélvico".

De hecho, uno de los juegos intuitivos que más gustan a los niños es colgarse, "hacer el mono", balancearse y braquiar de barra en barra en los parques infantiles que todavía cuentan con ellas (lamentablemente, cada vez menos).

¿Por qué será?

Actualmente ya empieza a estar bastante claro qué estamos cultivando cuando obligamos a un niño a sentarse en una silla prácticamente todo el día y dejar de agacharse, moverse o sentarse en el suelo.

¿Somos conscientes del precio que pagamos nosotros mismos y pagarán los más pequeños al omitir la acción de colgarnos, braquiar y todas sus acciones derivadas?

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